Brisas del Mediterráneo 2013 - Día 3: Túnez

Esta entrada forma parte de una serie dedicada al crucero por el Mediterráneo del que disfrutamos en julio de 2013. Las entradas están recopiladas en Brisas del Mediterráneo 2013.

El lunes nos levantamos a las 6.00 con un sueño inenarrable y nos fuimos rápidamente a desayunar medio dormidos. Tras el desayuno, nos fuimos a la cubierta 11 para ver el puerto desde allí mientras esperábamos a poder bajar. Los desembarcos normalmente se hacen por grupos y en la tarjeta del barco indican a cuál pertenece cada uno, el 3 en nuestro caso. Llevábamos un rato viendo el puerto de La Goulette cuando anunciaron por megafonía que en esta ocasión desembarcaban en primer lugar los grupos 1 al 6, así que allá que nos fuimos.

La Goulette y Túnez

A la salida del barco lo primero que se ve son unos camellos para que la gente se suba y se haga la típica foto y 3 tíos tocando tambores y una trompeta en lo que debe ser el comité de bienvenida más cutre que he visto. Otros tenían aves de presa —halcones, supongo, pero la cetrería no es lo mío, así que ni idea— que servían al mismo propósito que los camellos de antes: posar para una foto. Luego se pasa por un control donde hay que enseñar el pasaporte, que ni miraron, y un papel que nos entregaron la noche antes con nuestros datos y al que sólo había que añadir la profesión. El desembarco había empezado a las 7 y a las 7.30 ya estábamos en el autobús de nuestra excursión. Todo el proceso fue bastante claro y ordenado, incluso una vez fuera del barco había algunas personas con carteles de las empresas de las excursiones para llegar fácilmente al parking desde donde se empezaban.

Comité de bienvenida en La Goulette (Túnez)
«Comité de bienvenida» en La Goulette (Túnez)

En el autobús camino de la medina el guía nos fue contando algo de política e historia de Túnez. Y luego fue haciendo paradas durante toda la excursión a pie contando más cosas. Me resultó especialmente interesante que nos hablara también de costumbres y forma de vida, una información más difícil de encontrar por ahí. Por el camino no dejaban de acosarnos para vendernos cosas, incluso hubo un vendedor que intentó ponerme un pañuelo en la cabeza, el tío cansino. No se lo compré, pero se lo llevó lleno de sudor, que no veáis el calor que hacía allí desde tan temprano —allí era una hora menos que en el barco—.

Tras un rato de paseo por la zona el guía nos llevó a una tienda —donde imagino que le darían alguna comisión— y nos dejó allí media hora. A nosotros uno de los trabajadores nos dio una cesta para ir echando lo que cogiésemos y por más que nos negamos a cogerla —no teníamos intención de comprar nada— no aceptó un «no» por respuesta. Encima se nos pegó todo el rato que estuvimos curioseando y nos iba contando qué era cada cosa, por muy evidente que fuera. Y sí, este también intentó ponerme algo por la cabeza, una chilaba o similar en esta ocasión. Con el calor que tenía, estaba yo para llevar más ropa. Le dije que no y huimos a la planta superior, donde había una azotea en la que según el guía había vistas de toda la medina. Una vez allí las vistas no podían ser más decepcionantes: techos de casas descuidados, antenas parabólicas, la parte de arriba del minarete de una mezquita… nada digno de foto. Sinceramente, la única gracia de subir era librarse de los implacables vendedores de abajo. Al volver de nuevo abajo se nos «perdió» la cesta por el camino y un grupo nos unimos justo delante del aire acondicionado y lejos de cualquier cosa que se vendiera a ver si nos dejaban tranquilos un rato. Afortunadamente la estrategia funcionó.

Al salir de la medina y mientras esperábamos a que llegara el autocar para llevarnos a nuestro siguiente destino, el guía nos llevó a otra tienda, esta vez especializada en dátiles, con precios fijos y sin los agobios de la anterior. Y encima había para probar gratis. Yo ni siquiera entré, que a mí esa fruta ni fu ni fa, pero Mariluz probó uno de los de muestra y salió de allí con una caja de dátiles con chocolate y almendras. Días más tarde cuando nos los comimos decidí que tampoco estaban tan mal, al menos cuando van acompañados de esa manera. ¡Qué buenos estaban los jodidos!

Cartago y Sidi Bou Said

Tras la visita a la medina pasamos por Cartago y vimos algunas ruinas, pero sin bajar del autobús. Una lástima, pero ya veríamos en lo sucesivo que en estas excursiones el tiempo era un lujo del que no disponíamos.

En Sidi Bou Said ya sí paramos y tuvimos 50 minutos para ir a nuestro aire. El pueblo es bastante bonito, todo blanco —por las paredes encaladas— y con las ventanas azules. Lo malo es que allí también había gente intentando venderte cualquier cosa. Aprovechamos para probar el té con piñones típico de Túnez y que en Málaga se conoce en cualquier tetería precisamente como té tunecino. Estaba muy rico, yo me tomé 2, y poder sentarnos un rato sin que nadie nos acosara nos vino muy bien.

A la salida del local donde nos tomamos el té tuve mi primer percance: al sacar las gafas de sol para ponérmelas se había caído el tornillo que mantiene en su sitio uno de los cristales. El tornillo lo había puesto 2 días antes de salir de Málaga, pero se ve que la rosca no estaba bien. Una vez de vuelta en el camarote el tornillo ya ni siquiera estaba. El viaje recién empezado y yo sin gafas de sol.

Sabíamos que en Túnez había regateo, lo que no esperábamos es que los vendedores, tanto los de la calle como los de tiendas, fueran tan extremadamente pesados. Y encima si no comprabas nada había muchos que te llamaban catalán. Aquello fue flipante. Afortunadamente en restaurantes y similares tenían precios fijos y no daban la brasa, de ahí nuestra tranquilidad mientras nos tomábamos el té.

Sovereign

La vuelta al puerto desde Sidi Bou Said fue rápida y la entrada al barco a las 12.30 también porque llegamos de los primeros. Ya en el Sovereign había un control con rayos X y detector de metales, con lo que imagino que se iría formando una cola poco a poco y los que llegaron más tarde no tendrían tanta suerte como nosotros.

Nos fuimos directos al camarote a darnos una refrescante ducha que nos supo a gloria y antes de las 13.30 ya estábamos en el buffet. Nosotros y el resto de los pasajeros por lo visto. Fue imposible coger sitio y tras unas cuantas vueltas desistimos y decidimos probar en el restaurante El Duero que, según habían anunciado por megafonía, hoy tenían buffet de cocido. Lo curioso fue que cada ingrediente del cocido estaba en un recipiente distinto, de forma que cada uno se echaba de lo que quería y en la cantidad que le apetecía. A mí me pareció bastante práctico porque me permitió coger carne y garbanzos y pasar de la verdura. El cocido era el único plato caliente de ese día allí, pero también había ensaladilla rusa, jamón serrano, aceitunas, etc. y una buena selección de postres. Al final nos hinchamos de comer, especialmente yo; creía que me moría.

El atracón no palió precisamente el sueño que arrastrábamos desde por la mañana, así que tocó regreso al camarote y echar una buena siesta. Al despertar hicimos una visita al café de San Marco, nos dimos un paseo por la parte externa de la cubierta 7 y acabamos en la discoteca Zoom, donde pasamos vergüenza ajena con la gente que cantaba en el karaoke.

Luego nos dio por merendar algo para que la cena no nos supiera a poco y nos pasamos por The Grill. Mariluz se tomó un sándwich y yo salchichas, patatas y medio sándwich. Claramente tengo un problema con los buffets y las tentaciones alimenticias. Nos comimos todo esto disfrutando de las vistas al mar. Desde nuestra posición vimos que se nubló por un momento y al fondo había un trozo de mar donde seguía dando el sol y pensamos que sería una buena foto. Nos fuimos rápidamente a por las cámaras, pero para cuando volvimos la magia ya había pasado y el sol volvía a brillar una vez más.

Frustrados por esa foto perdida acabamos en la sala Rendez-Vous durante el concurso de talento donde pasajeros y tripulantes demostraban sus habilidades de formas diversas: bailando, cantando, haciendo malabares… Había mucho más nivel que en el karaoke, eso sin duda.

Pero nuestras ansias fotográficas resurgieron una vez más y volvimos a la cubierta 7, donde nos pasamos un buen rato haciendo fotos del cielo y el mar. Nos hacía ilusión, sobre todo, tener alguna foto del atardecer desde el mar de cosecha propia. En Flickr tengo todo un álbum solo para esas fotos que queda como testigo del resultado. Allí he subido solo 24 fotos de las 76 que hice, pero Mariluz tampoco se quedó atrás en lo que a hacer fotos se refiere.

Atardecer desde el Sovereign
Atardecer desde el Sovereign

Una nueva visita al camarote, que Mariluz aprovechó para cambiarse y dar otra vuelta por el barco mientras yo, que no tenía ganas ya de tanto meneo, me quedaba un rato leyendo en el iPad algunas reseñas literarias que tenía pendientes.

Cuando Mariluz volvió a buscarme para ir a cenar yo tenía el estómago regular, la puñetera merienda me sentó como un tiro, así que preferí quedarme sin cenar y aproveché para dormir. Y por lo visto ese día todo fue sobre ruedas: la comida más abundante, el servicio mucho más rápido, los camareros dieron un espectáculo bailando por todo el restaurante… y yo durmiendo. ¡Maldita sea! Mariluz para cenar comió:

  • Crema de pollo con picatostes
  • Secreto ibérico con patatas braseadas
  • Postre de vainilla con naranja

Cuando volvió de la cena yo seguía sin ganas de nada, así que de nuevo salió sola al 360 y yo seguí en brazos de Morfeo. Me hinché de dormir esa noche, así que al menos al día siguiente estaría descansado para ver Roma.

Más sobre el día 3

Podéis encontrar las fotos que hice ese día en mi álbum de Túnez de Flickr y en el ya mencionado del atardecer.

Gastos del día: 11.50 €

  • Botella de agua: 2 €
  • 3 tés con piñones: 4.50 €
  • Caja de dátiles con chocolate y almendras: 5 €

Información de actividad (vía Fitbit One de Mariluz):

  • 14017 pasos
  • 2088 calorías
  • 9.29 km
  • 44 plantas subidas

En las anteriores entradas olvidé indicar los gastos del día y la actividad, así que las he actualizado con esta información.